En este tiempo se escucha con frecuencia la metafórica frase “estamos todos en el mismo barco”. Una travesía que no elegimos realizar pero en la que estamos todos por igual embarcados. Como tantas cosas de la vida, que no queremos pero que nos toca afrontar. Mientras circulábamos por tierra firme lo hacíamos no sin dificultades. Hasta que un día, sin previo aviso algo irrumpió en nuestra cotidianeidad; para ir avanzando arrasadoramente como u frente de tormenta imparable. Así es lo real; hace su aparición sin permiso y sin previo aviso. Y entonces en una abrir y cerrar de ojos todo se conmociona. Nuestra cotidianeidad se ve profundamente alterada, como así también algunos puntos de referencia.
Navegamos en tiempos de pandemia, al estilo de “El amor en los tiempos del cólera”, solo que por ahora este barco no ha tocado tierra firme, y a diferencia de la novela, no va a ser un viaje que dure toda la vida. Por el momento es nuestra única certeza.
Freud publicaba su “Más allá del Principio del placer” en las postrimerías de la primera gran guerra. Cien años después el mundo enfrenta “otra guerra”. Al igual que el maestro vienés nos encontramos atravesados por esta contienda, de la cual, a diferencia de 1919 nadie está exento de participar. Curiosamente esta vez no solo somos el blanco del ataque –todos y cada uno de nosotros- sino que somos nuestra propia arma defensiva. Nos conminaron a combatir juntos pero en aislamiento; siendo este último la principal estrategia.
Navegamos en aguas borrascosas. Para algunos este recorrido será como haberse subido a la barca guiada por Caronte -una travesía infernal- para otros, un repliegue que les permitirá sustraerse a las demandas del Otro social aliviando en algunos casos las exigencias superyoicas; pero con la característica de que es ese Otro el que impone la norma de aislarse.
Aislarse a fin de preservar la vida. Porque si hay algo que esta irrupción de lo real vehiculizada por el virus vino a poner sobre la mesa es el hecho de “recordarnos” que somos todos mortales. Barriendo de un plumazo con las ilusiones que nos ofrecía el imaginario social de que todo puede ser ilimitado y posible; una brutal e inesperada confrontación con la finitud de la vida. Un modo de volver a ponernos en causa. Ya lo sabíamos, pero aun así…
Y entonces algunas cosas empiezan a ser repensadas y reevaluadas; por ejemplo los lazos sociales y familiares que empiezan a ser redimensionados en función de tener que comunicarnos de otro modo. Lo virtual va ganado terreno frente a las cercanías corporales. No era esta una demanda de la época? Menos contacto personal y más virtual que permitía achicar la distancia. Cual distancia? Estamos en un momento de hiperconexión; no obstante lo cual leemos publicaciones en las redes, o escuchamos a nuestros pacientes manifestar su añoranza de un abrazo que los contenga confirmando así que la presencia real del otro es insustituible. Casi una prueba de amor; de ese que reconforta porque garantiza cierta sensación de protección y contención.
Y como casi todo está trastocado hasta lo familiar se puede tornar peligroso; ya no un siniestro mensajero de la muerte, sino un portador de la misma. Hijos que asisten a sus mayores pero solo se acercan ventana de por medio a fin de minimizar los riesgos del contagio. Pensemos que la premisa básica del aislamiento para combatir el virus es el “no contacto físico”, el cual está revestido de “una peligrosidad cercana a lo letal”.
Es un desafío en este tiempo de navegación no perderse en los peligrosos cantos de sirena que, como sabemos, conducen a lo peor. Cataratas de informaciones y desinformaciones que circulan. Verdades que circulan y mentiras también. Y para contrarrestar todo ello aparece el humor que protege nuestro yo y nos pone a salvo de las situaciones difíciles; memes y chistes en relación a la convivencia, al uso del barbijo, a la distancia social, etc. Todos modos de conjurar el temor y el desamparo en tiempos en que la muerte nos acecha, sin rostro, silente. En tiempos en los cuales para no enfermar, o para no morir hay que taparse la boca. Con todas las consecuencias que ello tiene para el sujeto.
Algunos en el barco empiezan a inquietarse porque aún no se empieza a avistar tierra firme o si está a la vista parece que por momentos nos vamos alejando de la costa. Y si, es nuestro barco el que se detiene con sus avances y retrocesos. Estamos en un tiempo de excepción, por momentos nos invade la desazón y la incertidumbre. En tiempos de excepción algunas garantías están suspendidas. Y de nuevo algo del desamparo se presentifica. Lo imaginario se conmociona.
Es este un periodo que parece propicio para repensar algunas cuestiones propias, la relación con los otros significativos de nuestra vida, nuestros proyectos, etc. Para otros implica sentirse arrasados por la soledad y entran en desesperación.
Cuando desembarquemos es probable que no seamos los mismos que subimos a la nave. Muchas de nuestras resistencias psíquicas han sido puestas a prueba en esta contingencia. Seguramente estaremos escuchando y escuchándonos decir cosas del tipo “a partir de ahora”… Esta pandemia puede marcar un antes y un después en la vida de todos y cada uno. Vamos a ser necesario un largo tiempo para “volver a cierta normalidad” en la cotidianeidad, en lo económico, en el lazo social.
Cuando atraquemos en puerto ya comenzarán a verse algunos efectos de la travesía. Pasajeros aliviados por el arribo, otro absolutamente desconcertados luego de la navegación. Lazos amorosos reforzados y otros rotos. Y, no menos importante, aquellos que han sido profundamente perturbados por tan inesperado viaje para el cual no estaban preparados. En realidad nadie está del todo preparado para soportar los avatares de lo real, algunos pueden soportarlo mejor que otros; depende de su psiquismo. En fin, luego de un tiempo de haber pisado tierra firme sabremos cuantos han padecido efectos traumáticos, y como, cada uno con sus propias marcas ha podido sobrellevar este tránsito.
Llegado ese momento tal vez se replanteen algunas cuestiones en la continuidad de los tratamientos. Algunos en este lapso de tiempo aceptaron seguir en contacto virtual; otros no lo lograron. Muchos alegaron disgusto por tener que hacer terapia a través de una pantalla y otros, el no contar con la necesaria privacidad para poder hacerlo.
Y nosotros que somos parte del viaje también tuvimos que superar y tratar de adaptarnos rápidamente a los vaivenes de la navegación. Solo que se suponía y se esperaba que no nos mareáramos y que mantuviéramos el equilibrio. En tierra firme habrá entonces muchas cuestiones por resolver. Revisar y reconsiderar el lazo social y por qué no evaluar cuanto de pantalla funcionó en el discurso social frente a este real.
Mirna Restuccia
Comments