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"Me verás volver"

Me verás volver

1- Lo que en el amor insiste

¿“Porque nos cuesta tanto el amor”?, dice Fito Páez en su poderosa canción “El diablo de tu corazón”.

La canción narra un amor conflictivo. El intenta reconciliarse con ella, plantea que el problema surge de lo que ella desconoce de sí. Eso es lo que pone todo al borde del estallido, “es tu parte que vos no conoces”, le dice.

Nadie ama a otro por lo que conoce de él, no se quiere al otro por lo que es, por sus cualidades, por sus virtudes enumerables, sino por condiciones específicas, incalculables, en las que ambos están a ciegas. En este sentido, toda cita es a ciegas, incluso, las parejas que duran toda la vida, preservan ese punto ciego, esa zona de abismo, de desconocimiento que los une, que es impredecible e indecible, aunque las palabras hagan todo el esfuerzo.

Sin un arreglo con aquello que se desconoce - y que la canción nos trae con su eco de infierno - entre lo que el goce reclama y lo que el placer recorta, entre lo que insiste en la constancia de la repetición y la insatisfacción, entre el objeto que causa y el síntoma que hace lazo, no hay encuentro posible entre dos. Una pareja son dos posiciones significantes que se inscriben a partir de ficciones del Otro.

¿Por qué todo tiene que tener este grado de complejidad? ¿Qué obliga a tanto arreglo? ¿Qué es lo que tanto cuesta?

Una paciente relata en diferentes ocasiones, en su análisis, haber padecido situaciones de rechazo por parte de su grupo de amigas y compañeras de escuela. Con el tiempo, puede comenzar a ubicar en sus diferentes vínculos, escenas de rivalidad con otras mujeres, que adquieren el carácter de una repetición.

Se siente sola, ya que no solo algo de ese componente hostil que se despliega en sus relaciones de amistad se presentifica con una fuerza que no comprende, sino que los lazos de pareja siempre aparecen, tarde o temprano, atravesados por una fantasía de abandono: el otro la dejará por otra mujer.

La otra mujer tiene el peso de una fantasía, lo cual la hace más real. Los celos que actúa advienen allí como una defensa frente al erotismo subyacente en los lazos con mujeres.

En el grupo de trabajo, siente que no puede evitar instalar escenas mínimas de seducción tanto con hombres como con mujeres. Aclara que no se siente atraída por ellos, pero que no puede evitar “provocar”, entrar, de algún modo, en eso que trascurre sin ella, y que parece estar de algún modo equilibrado, tranquilo. Se nombra como un “torbellino”. Recuerda que así la llamaba su madre de chica, cuando, de pronto, todo estaba en su lugar, y ella volvía de la escuela y desparramaba todo.

En principio, este torbellino que se “hacía ser” aparecía como un rasgo propio, algo muy enquistado, un rasgo de carácter fijado al Yo. Le divertía pensarse como la que venía a desordenar o desafiar lo establecido.

Ese torbellino que irrumpía en el deseo de la madre, y en lo que sin su presencia, la madre podía desear, era entonces un significante 1, un nombre de goce. Como tal, producía un sufrimiento paradojal. La divertía hasta que esa irrupción la expulsaba de la escena. Las discusiones que generaba, las provocaciones agresivas o de rivalidad manifiesta, generaban el rechazo de todos.

Una mujer puede estar en el centro de un deseo de diversas maneras. La diversidad es un modo de nombrar los múltiples semblantes de lo femenino. Si bien la histeria como estructura está en declive, algo de ella queda.

"Me verás volver", se llama un disco de retorno de una de las bandas emblemáticas de nuestro país, y es un excelente sintagma para para describir la lógica de esta insistencia.

La escena de la vuelta necesita del desalojo. Hay algo que persiste de la histeria. Por un lado, provocar el deseo, la causa frente a la que se ausenta pero que la sostiene, por otro, el rechazo de quedar fijada a ese objeto, para volver a empezar.

En la provocación causa el deseo, instalando cierto montaje con componentes dramáticos, escena de la que cae, de la que se hace expulsar, deviniendo esa piedrita en el zapato que el otro se quiere sacar de encima.

El Indio Solari ubica este borde en una frase de su canción Ramas desnudas: “Vos siempre estás enamorada de lo que intentas destruir, dejas la luz prendida para dormir…”. Incluso tiene el eco de lo infantil en esa luz prendida.

El lugar de objeto en el Otro, animado en las fantasías, es el punto que nos orienta.

Para el Psicoanálisis lo real que importa es lo fantaseado. Tomamos distancia de la realidad de los hechos, no somos peritos de oficio, sino que nos acogemos a lo que un sujeto dice y al modo en que se posiciona frente a ese decir.

Condiciones de amor, restos de un goce perdido y que se intenta recrear cada vez, a pesar de todas las voluntades. El resto también puede ser ese plus que sigue horrorizando como parte de aquel origen incestuoso desconocido por la operación de la represión. Eso que la fantasía toma y recubre en sus derivas y que tiene una estructura fundamental en la escena fantasmática de base, la que marca al sujeto vía el significante como aquello que al Otro le falta. Infinitas variables de los conflictos neuróticos y las posibilidades de “hacerse abandonar”, como un modo de ocupar un lugar en la novela del Otro, con el desconocimiento yoico concomitante a dicho empuje.

2) “Sra de…”

Elena tiene 73 años, llegó a Argentina en la panza de su madre que escapaba de la Alemania nazi de 1940. Al saber del embarazo, su madre pide un adelanto de herencia y viaja para buscar a su novio, quien había emigrado meses antes en busca de una nueva vida. La familia de su madre no sabía de este embarazo.

Al llegar lo busca en su lugar de trabajo, un banco alemán, y encuentra que éste ya se había casado. Fue tal su decepción y su reacción a la vista de todos, que el gerente del banco le ofrece alojarse en su casa para cuidar a una de sus hijas.

En las cartas que mandaba a sus padres, enviaba fotos de Elena, diciendo que era la niña que ella cuidaba. Al poco tiempo, es internada en un hospital psiquiátrico. Sin patria, sin padre, sin amor… Nombres del Padre con los que no cuenta en un país con otra lengua. Enloquece.

Elena permanece con ella hasta la edad de 4 años.

Luego de insistentes cartas del director del hospital a su padre, la esposa de éste va a buscarla.

El padre acepta darle su apellido, pero le prohíbe llamarlo papá. Debe llamarlo “Uncle” (tío), a su madrastra la llamará “Tante” (tía).

Su relación con esta mujer estuvo signada por el maltrato y los castigos corporales.

El padre, que no ha sabido dar su Nombre, es decir, estar a la altura de poner la medida de aquél Otro goce, aparece en el discurso del sujeto, con un aspecto benévolo, en un primer momento. Su padre “no ha sabido” cómo arreglárselas con esta mujer, “era un hombre débil, subordinado”… impotente de dar una versión de lo que Es una mujer, (recordando el padre de Dora).

Dimensión del padre real, “imposible”, en tanto es imposible, por estructura, que exista potencia fálica que pueda responder por lo femenino.

Más adelante, un recuerdo permitirá ubicar otra versión del padre. Recuerda que, ya siendo adulta, caminando junto a aquel, un día como cualquier otro, se encuentran con un amigo suyo. Él la presenta como “la Sra. de…”. Es decir, la designa con el apellido de su marido. No pudo más que quedar estupefacta al escuchar esto. Recuerda que lo odió tanto que inmediatamente supo que no era más que un pusilánime a quien ella misma había excusado una y otra vez.

Así como Dora responde con una bofetada - donde la histérica revela lo insoportable de una posición de un objeto, sin más - Elena irrumpe en ira cuando nuevamente el padre no la nombra como “hija”, dando quizás un paso más al nombrarla como la “Sra de…”, objeto de otro hombre.

¿Acaso habrá pensado este padre, si puede ser llamado tal, que aquél significante la diría mujer?

Como es de imaginar, el mundo se desmorona para Elena, no hay Otro que la salve del goce loco de una madre (biológica), del estrago de quien cumplió la función, y de un padre que no merece respeto, ni amor…

Cabría interrogarse por este lugar “sin nombre”, de “rechazo absoluto”, y cuán desgraciados han sido los avatares de su venida al mundo.

Excluida de todo acto de nominación que la anude a un linaje, a una historia de deseo de un Otro, en un discurso. Lugar anónimo que este sujeto encarnó para el Otro.

En busca del padre que pudiese reconocer a su hija, su madre se encontró con “Un padre”, significante impar, sin correlato simbólico.

A la edad de 15 años, Elena conoce a un muchacho un poco mayor que ella. Su madrastra prohíbe esta relación y limita las salidas de Elena, se pone más rigurosa con su formación escolar, contrata profesores de distintas disciplinas para que vengan a dictar clases a su casa, la recluye en actividades diversas que la mantengan ocupada… o distraída de toda posibilidad de advenimiento de algún deseo.

Años más tarde, Elena conoce a quien sería su marido y tiene 3 hijos. Enviuda a sus 65 años.

La trae a análisis una escena de seducción por un hombre mucho más joven que ella, por quien siente un imperioso deseo de tener una relación, y en un “arrebato”, dejar todo por él. Una suerte de “empuje”, que revela la vertiente erotomaníaca del amor femenino, como modo de hacer existir lo imposible.

Nuevamente el estrago de un sujeto sometido a la voluntad de goce del Otro. Ahora con cara de “amor loco” hacia un hombre de quien dice: “podría ser mi hijo”. Intento de hacer Uno con el otro, de fundirse en una unión que no tenga precedentes ni consecuentes, que no esté atravesado por la castración, donde no haya diferencias, como aquél que encuentra un hijo en el seno de su madre, donde parece no existir nada más.

No es un detalle menor decir de él que es afamado por todas sus conquistas. El Don Juan o “el sueño de mujer”, dirá Lacan en el Seminario XVIII.

Esta mujer se presenta como no teniendo nada que perder, está dispuesta a todo, en tanto ella no está toda allí, es decir, sujeta a lo que cae en la cuenta de la función fálica.

No vale la desaprobación de la mirada de sus hijos, amigos, y hasta los mandatos sociales desexualizantes de la mujer luego de cierta edad. Nada parece hacer “imposible” este amor.

Locura femenina que no es la Psicosis, a pesar de haber podido ser esta última un destino posible en este sujeto, si reparamos en esta falta de nominación, y hasta de existencia negada que signó su vida.

Esfuerzo de encontrar un nombre de mujer… en un amor. Una posición que dice del retorno, del me veras volver, por fuera del “todo” de la función fálica, en el significante que falta.

El costo del amor está ligado a que el objeto siempre necesita estar recubierto de una ficción que entre en la lógica de la reciprocidad. Algo que le pueda dar forma a eso que dice la canción de Fito: “cuidado, la conozco yo”. Un saber que recubra lo que el otro desconoce. Cuando eso se agota el objeto desinvestido, sin envoltura, sin novela es lo rechazable. La fantasía es lo que subsume lo real del objeto. Se puede gozar en la fantasía, pero si cae el escenario hay angustia.

El encuentro con un objeto necesita de una ficción, de una fantasmática, de un síntoma. Eso pone distancia con el eco incestuoso de toda satisfacción.

Por eso el amor es la posibilidad de la renovación de la reciprocidad en el “me veras volver”, un arreglo nuevo con el goce, resto que quema y reclama siempre algo nuevo.

Patricio D. Vargas

María Paula Giordanengo


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