Seminario

Taller de Formación y supervisión de prácticas educativas

Primer encuentro 26-06-2021

En este primer encuentro, nos resultó interesante abrir algunos interrogantes acerca de la función de quien está en posición de enseñar o acompañar a un niño, de diferentes modos, en los procesos de aprendizaje.
La pandemia global ha modificado sustancialmente las modalidades de enseñanza y aprendizaje, a partir de una escuela que ha devenido “pantalla”.
¿Podemos pensar que la virtualidad es sólo la adaptación de la enseñanza escolar a otros medios alternativos?
Creemos que no, es decir, que la virtualidad impone nuevos parámetros a la hora de pensar en estos procesos que mencionamos.
Si antes era el niño quien era contenido en el espacio institucional como una instancia tercera, entre la familia y él, ahora la escuela se ha filtrado en el espacio doméstico, alterando de algún modo, las lógicas por las cuales pensábamos que se producía la enseñanza.
Padres inquietos, demandantes de “hacer como si” es decir, en una persistencia por el que sea todo igual, demandando a los docentes que hagan lo que tienen que hacer, niños desorientados frente a un contexto difícil, donde se ven interrumpidos sus lazos sociales, sus vínculos de pertenencia, la relación con el docente y compañeros, etc.
Los docentes, acompañantes o figuras ordenadoras del niño en sus distintos espacios también se sienten permanentemente interpelados, echando mano a nuevos recursos, inventando estrategias que nunca parecen suficientes, intentando aprender ellos también de los nuevos recursos que la tecnología ofrece pero que no siempre permiten sostener o soportar las modalidades de enseñanza o la transmisión de contenidos escolares.
En este sentido, la nueva escuela se ve convocada a producir una torsión, una invención a la medida de cada niño y de cada contexto familiar.
Hace tiempo nos encontramos con una caída de la función simbólica de la escuela, en una coyuntura global de debilitamiento de toda autoridad simbólica.
Es importante detenernos a pensar si la práctica de la enseñanza puede contentarse con quedar reducida a una transmisión de información o de competencias, o debe, antes bien, mantener viva la relación erótica del sujeto con el saber.
Desde el Psicoanálisis pensamos al sujeto atravesado por el deseo, un deseo que viene de un Otro que lo constituyó, a partir del cual ese niño es sujeto deseante. Cuando hablamos de relación erótica lo pensamos en el sentido de causar el deseo de aprender, de encender la curiosidad, el desapego por lo dado e impuesto, por descubrir nuevos conocimientos.
Pero sabemos que para elegir este camino de la erotización del saber es necesario que quien enseña o acompaña a un niño en la tarea educativa, sepa preservar también el lugar de lo incierto, de lo imposible, es decir, como dice MássimoRecalcati en “La hora de clase”; “El maestro no es aquél que posee todo el conocimiento, sino el que sabe entrar en una relación única con la imposibilidad que recorre el conocimiento, que es la imposibilidad misma de saberlo todo”.
Para ello el camino es también ofrecer la propia falta, la propia carencia, es decir, evitar los forzamientos a partir de los cuales, nos vemos obligados a cumplir con las unidades establecidas a reglamento, pretendiendo enseñarlo “todo”, como si nada estuviese aconteciendo.
La propuesta que planteamos aquí es construir preguntas que nos interpelen, a partir de saberes que se entretejen en el devenir.
Recalcati dice que cuando se da una clase, se produce siempre un efecto de subjetivación, un encuentro inesperado con aquello que nos llega, con una nueva realidad que conmueve y subvierte. Esto ocurre con cualquier objeto de conocimiento.
Una enseñanza es, es efecto, la posibilidad de transformar los objetos del saber en objetos libidinales. Esto significa que la transferencia, o ese vínculo de amor que se da modo primario, entre el niño - en posición de alumno - y el docente o enseñante, permite alojar o enmarcar el objeto que causa el deseo, en el campo del Otro.
El Otro es quien resguarda allí, el objeto de curiosidad del niño, la propia pregunta que causa el deseo de saber, que siempre va a ser en singular, es decir, frente a un mismo contenido que se enseña en una clase, cada niño, a quien suponemos sujeto deseante, tendrá su propia pregunta, a partir de la cual ese contenido viene a responder o a inquietar, o, de algún modo, a conmover lo que el niño ya traía.
A veces es la palabra, o la voz, o la presencia del docente lo que habilita ese desplazamiento de ese objeto de deseo que va a ir a buscarse al campo del Otro, que permite conectarse con el Otro y construir allí un saber nuevo.
Los efectos de una clase nunca son predecibles, sino antes bien, incalculables, porque el acontecimiento de la enseñanza trastorna ese plan o programa didáctico pautado.
Cada clase es entonces una apuesta, una nueva oportunidad que viene a romper con el automatismo de repetición, que habilita lo novedoso, lo imprevisto, siempre que el docente se deje sorprender por esa contingencia. La clase subvierte también el automatismo institucionalque a veces se presenta infranqueable.