Los reverendos también pecan: el pecado mortal de la melancolía en
First Reformed 1
Emilse Pérez Arias
Y como una sombra que viaja conmigo
La parca siempre viene detrás
Me acompaña, nunca duerme
No descansa, siempre junto a mí
Skay Beilinson,”Oda a la sin nombre”
Pero me escapé hacia otra ciudad
Y no sirvió de nada,
Porque todo el tiempo estaba yo en
un mismo lugar,
Y bajo una misma piel
y en la misma ceremonia
Yo te pido un favor,
que no me dejes caer
En las tumbas de la gloria.
Fito Paez, “Tumbas de la gloria”
Resumen
La melancolía es uno de los cuadros clínicos que más se resiste a nuestras intervenciones.
Su padecimiento, el goce implicado, la necesidad de castigo que satisface, hacen que poco
y nada tengamos para ofrecerle, es decir, algo que les reconecte con lo vital, algo que logre
dar en el blanco: ese punto exacto en el que el cuerpo se engancha con la vida. La
melancolía es un pantano viscoso que mantiene pegoteado al sujeto y hunde con él a todo
el que pretenda ayudarle a salir. Pero esa misma viscosidad es la que al mismo tiempo le
mantiene con vida, elastiza su agonía para que la vida sea efectivamente una muerte en
vida. Poco tiene para decir el melancólico, no mucho más que ese mismo tango triste que
literalmente se le ha pegado y no puede dejar de tararear. La melancolía implica un desafío
para nuestros propósitos terapéuticos, que no pueden ser otros sino la (re)conexión con el
sentimiento vital. Dos referencias teóricas son obligadas de tomar: "Duelo y melancolía" de
Freud y "Radiofonía y Televisión" de Lacan. El presente trabajo se propone remar en el
lago pantanoso de la melancolía usando para tal fin el caso del Reverendo Toller del film
"First reformed"
Probablemente no haya algo más bajón que escribir sobre la melancolía. Mientras
escribo esto suena azarosamente la “Oda a la sin nombre”, no hay más perfecta banda de
sonido para inspirarse. Entreguémonos, entonces, a ese impulso mortal y… esperemos no
morir en el intento.
La melancolía es uno de los cuadros clínicos que más se resiste a nuestras
intervenciones. Su padecimiento, el goce implicado, la necesidad de castigo que satisface,
hacen que poco y nada tengamos para ofrecerle, es decir, algo que les reconecte con lo
vital, algo que logre dar en el blanco: ese punto exacto en el que el cuerpo se engancha con
1 First Reformed, película de 2017, escrita y dirigida por Paul Schrader (Taxi driver) y protagonizada
por Ethan Hawke.
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la vida. La melancolía es un pantano viscoso que mantiene pegoteado al sujeto y hunde con
él a todo el que pretenda ayudarle a salir. Pero esa misma viscosidad es la que al mismo
tiempo le mantiene con vida, elastiza su agonía para que la vida sea efectivamente una
muerte en vida. Poco tiene para decir el melancólico, no mucho más que ese mismo tango
triste que literalmente se le ha pegado y no puede dejar de tararear.
Dicho en forma románticavoluntarista, la melancolía implica un desafío para nuestros
propósitos terapéuticos, que no pueden ser otros sino la (re)conexión con el sentimiento
vital 2 . Dicho en forma realista: es poco lo que por la melancolía puede hacerse, lo que
quizás sea mucho, hablando de reconectar a alguien con su enganche vital. Entiéndase, no
se trata aquí de las voluntaristas “ganas de vivir” o de aferrarse a algún engañoso “sentido
de la vida”, sino del alivio que genera saberse faltado por algo o alguien. El melancólico
consagra su vida a encarnar el lastre de algo o de alguien que no está dispuesto a perder,
para renegar de su ser de falta. No lo puede perder porque eso implicaría que algo le hace
falta. La melancolía es el ejemplo vivo de que se puede estar muerto en vida, no como ser
para la muerte o como ser consciente de su finitud. Más bien todo lo contrario: el que no se
sabe vivo tampoco puede saberse mortal.
Dos referencias teóricas son obligadas de tomar. “La sombra del objeto cayó sobre
el yo” 3 , dice una de las referencias ineludibles que Freud nos legó. La sombra es sombra
porque camina a nuestro lado, solo en algún momento del día coincide con nuestra
corporalidad, pero solo un instante para luego seguir su viaje circadiano. A diferencia de la
sombra del tema de Skay, en la melancolía la sombra no “está siempre detrás”, sino delante
o más bien dentro. En la melancolía, esa sombra no es sombra, pierde así su cualidad de
tal, coincide con el cuerpo, tiñendo la vida de oscuridad. Y esa sombra no es otra que la del
objeto perdido que el melancólico está consagrado a renegar de su pérdida, identificándose
a él. Como dice Fito, el melancólico no puede escapar de ella, siempre está bajo la misma
piel, en la misma ceremonia. El melancólico se niega a perder al punto de encarnar con su
cuerpo ese objeto, y perder la vida en ello, aunque no muera. Y esto lo logra identificándose
inmediatamente (sin mediación) con ese objeto. Freud también dijo por ese tiempo que la
identificación es la primera forma de amar, y que cuando algo del amor fracasa está la
opción de “regresar” a la identificación. El melancólico consagra su vida a ese eterno velorio
sin sepultura ni crematorio 4 , reniega de la pérdida implicada en la muerte y por eso se
vuelve inmortal, aunque se la pase diciéndonos que quiere morir. La única solución que el
melancólico consigue para sacarse esa sombra oscura de encima es la manía. La manía
aparenta movimiento vital, pero no hace más que acelerar su propósito (in)mortal -de ahí la
premisa de no antideprimir a un melancólico. Nada más peligroso que alguien que se cree
inmortal, que no tiene nada para perder.
2 “Está claro que se trata aquí de un desorden provocado en la juntura más íntima del
sentimiento de la vida en el sujeto”, dice Lacan precisando cual es la afectación más radical que se
da en las psicosis, el desanganche con lo vital. En Lacan, J. De una cuestión preliminar a todo
tratamiento posible de las psicosis. En Escritos II. Ed. Siglo XXI. Bs. As. 1988. Pág. 540.
3 Freud, S. “Duelo y melancolía”, en Obras completas, tomo XIV. Amorrortu editores. Bs. As. 1998.
Pág. 246.
4 Recuerdo al respecto una paciente melancólica que insistía en decir, sin pudor, que si por ella fuera
iría al cementerio a desenterrar a su hijo y se lo llevaría devuelta a su casa.
3Otra referencia ineludible está en Lacan, no surprises. Lacan patea el tablero cuando
dice que la tristeza no es un estado del ánimo si no una falla moral:
Se califica por ejemplo a la tristeza de depresión, cuando se le da el
alma por soporte... Pero no es un estado de alma, es simplemente
una falla moral, como se expresaba Dante, incluso Spinoza: un
pecado, lo que quiere decir una cobardía moral... Y lo que resulta por
poco que esta cobardía, de ser desecho del inconsciente, vaya a la
psicosis, es el retorno en lo real de lo que es rechazado, del lenguaje;
es por la excitación maníaca que ese retorno se hace mortal. 5
Y el pecado es nuestro link que nos excusa para hablar del protagonista de hoy.
Ernest Toller es el reverendo de una iglesia a la que ya nadie le interesa concurrir.
Su rostro pétreo, su mirada vacía, su caminar mecánico ya dicen mucho sin decir nada. No
se relaciona con casi nadie, su mirada siempre introspectiva: ve sin mirar, camina pero no
anda, habla pero no dice. Su retracción libidinal hace que no pueda vincularse con nadie,
salvo con quien le remita a su oscuro ser de pérdida. Mary -como no se podía llamar de otra
manera- le pide ayuda personal, quiere que converse con su marido, que lo convenza de no
realizar el aborto del baby on board. Ernest acude raudo y cuando entra en la casa de Mary
y Michael Mensana ya nunca saldrá de allí aunque abandone el lugar. Ernest conversa con
Michael, cual sesión psicoanalítica. La melancolía tiene una predilección irresistible: otro
melancólico. Dios les cría y elles siempre encuentran la manera de pegotearse, de hacer
oscura manada. Michael le habla de su activismo ecológico, que el mundo es un lugar
oscuro, que no puede traer al mundo otro ser (¡por Dios, evitemos que el virus de la
melancolía se reproduzca y expanda!). Un highlight de esa conversación se convertirá en
mantra y estribillo para Ernest: will god forgive us? Y si de un melancólico se trata sabemos
que no hay sorpresas: el perdón no es una posibilidad, no hay reparación posible del daño,
razón por la cual el melancólico se culpa y castiga hasta el infinito y más allá. Como todo
buen melancólico (y psicótico en el borde de volverse padre), Michael quiere morir. y Ernest
toma a su cargo su causa sin nada que lo atempere. Su alcoholismo y un padecimiento
orgánico que se esfuerza en no tratar le sirven a sus propósitos mortíferos, son la dosis que
Ernest necesita de autocastigo diario. Un evento de aniversario es central en la película y
Ernest ve allí la oportunidad de hacer de su causa -que ya es la de Michael- un espectáculo
que, ya sabemos, no será le joie de vivre. El vínculo que entretanto genera con Mary no está
exento de excentricidades y nos muestra la asquerosa manera en la que el melancólico
goza: fantasea que sobrevuela con su amada sobre un basural, lo que no es otra cosa que
el reflejo de su ser de desecho.
Tenemos, tengo (por mi historia familiar, debo decir) un vínculo ambivalente con el
mal melancólico. Algo del furor por quitarle de esa maldita oscuridad se me vuelve misión,
pero está claro que no es desde allí que se le podrá ayudar. Hay dos salidas posibles que
he encontrado para la oscuridad de la melancolía: el humor -que no podría ser otro que
negro- y el amor. El final de la película propone algo de eso. No se mueran por verla.
5 Lacan, J. Psicoanálisis, Radiofonía y Televisión. Ed. Anagrama. Barcelona 1993. Pág. 101. El
subrayado es mío.
Fuente: Revista Atlas
“La sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos crece”
“La sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos crece”
“Todo está iluminado por la luz del pasado. Siempre está a nuestro lado, dentro, mirando hacia fuera”.
Jonathan Safran Foer
El motivo del presente escrito tiene por fin interrogar las implicancias de la tesis de François Dolto según la cual, “lo que se calla en una generación, la siguiente lo lleva en el cuerpo”.
Quizá se abran más preguntas que respuestas a partir de este recorrido pero las preguntas siempre serán las primeras huellas donde hacia el final podamos retornar y resignificar con la ayuda del lector.
Freud se vale de mitos para explicar cómo se constituye la subjetividad, mitos que dan cuerpo a ficciones arcaicas que se reactualizan en cada sujeto, en cada historia singular, una suerte de inconciente arcaico hecho de todas aquellas ficciones que nos constituyen filogenéticamente como sujetos de una cultura.
Con Lacan podríamos decir que el lenguaje es la historia, no hay historia por fuera del lenguaje. Pero el núcleo simbólico del mismo está conformado por grises y sombras, por metáforas y metonimias, por dichos y silencios.
Ángeles Mastretta nos dice bellamente; *«Porque la sangre que heredamos no es nada más que la que traemos al llegar al mundo, la sangre que heredamos está hecha de las cosas que comimos de niños, de las palabras que nos cantaron en la cuna, de los brazos que nos cuidaron, la ropa que nos cobijó y las tormentas que otros remontaron para darnos vida. Pero, sobre todo, la sangre se nos teje con las historias y los sueños de quien nos crece».
¿Es posible que aquellas marcas en el Otro, silenciadas en nuestra propia historia, en nuestro devenir como sujetos, hagan huella en el silencio? ¿Es el silencio un decir oscuro y por ello más potente que la palabra?
Las diferentes lecturas con las que me he encontrado aluden a que aún en el silencio, en lo que se ha callado de la historia, las marcas atraviesan el discurso, en el que van anidando hasta encontrar una vía de realización a través de síntomas, inhibiciones, sueños, arrebatos, delirios o actos.
En la historia de cada uno, los tiempos subjetivos son absolutamente contingentes, a parir de lo cual ciertas heridas en el Otro que han anidado por largo tiempo en el secreto familiar o a veces en la verdad, en la historia oficial que se ha trasmitido generacionalmente, aún allí – es decir, en el silencio o en la viva voz - podemos encontrar ecos en el sujeto, según el modo en que eso se haga presente en la palabra. Porque así como el inconciente es en acto, no hay un reservorio escondido que aguarda ser descubierto, podemos pensar que la verdad es territorio de cada uno, es la que se construye a partir del discurso de un sujeto, una verdad que no aguarda ser acogida para ver la luz, sino que en su construcción ilumina la palabra a través de la que adviene.
Cuántas veces nos encontramos con manifestaciones sintomáticas que aluden a repeticiones o intentos de reparación de un pasado oscuro, silenciado o no inscripto, una suerte de bloque de real que no ha sido simbolizado en el sujeto y permanece intocado.
¿Es dable pensar que el síntoma podría tener en ocasiones una matríz filogenética, y que viene a reparar en su repetición, algo que trasciende al sujeto, que le es éxtimo?
“(…) Lo ineluctable es que somos puestos en el mundo por más de otro, por más de un sexo, el sujeto de un conjunto intersubjetivo cuyos sujetos nos tienen y nos sostienen como los servidores y los herederos de sus sueños de deseos irrealizados, de sus represiones y de sus renunciamientos, en la malla de sus discursos, de sus fantasías y de sus historias”. (KAËS, 2006, 17).
En 1912 Freud escribe; “Habremos pues de admitir que ninguna generación posee la capacidad de ocultar a la que le sigue hechos psíquicos de alta sustantividad”.
Lacan, en su texto La familia, la define como la organización cuya función es la de ser el lugar de la transmisión de la cultura, la represión de los instintos y la adquisición de la lengua materna. De allí que lo que enfatiza el Psicoanálisis más allá de la realidad de los hechos, es el malentendido sobre los dichos, los encuentros y desencuentros que incumben al goce interdicto, y fundamentalmente, la transmisión de un deseo que no sea anónimo. Esto va más allá de la satisfacción de las necesidades, eso es lo irreductible, los lazos de familia implican la transmisión de un deseo que no sea anónimo.
Ahijar es renunciar al resguardo narcisista para efectuar la transmisión de un deseo, que se desliza en la significación fálica. Es un acto que comporta un "reconocerse" y "desconocerse" en aquél a quien llamamos "hijo", o en quien nos reconocemos para desconocernos. Soportar ese desconocimiento, ese resto de real que no se refleja en el propio espejo, es un acto de amor.
La novela familiar
L tiene 24 años. Consulta por una serie de síntomas en los que el cuerpo aparece, de algún modo “mortificado”, con manifestaciones somáticas de asfixia, dolor en el pecho, embotamiento o estados de ausencia difíciles de explicar. Hay también un efecto de mortificación sobre la palabra. Ésta se presenta deslucida, carente, como si no lograra tener - sobre lo que narra - un efecto de transmisión de un sentido para el sujeto.
Las entrevistas transcurren en ese esfuerzo por dar sentido al síntoma, que se escurre a los intentos de significación.
En otro momento del análisis, relata que antes de su nacimiento, aconteció una muerte en la familia. Su tía materna fallece trágicamente en un accidente aéreo.
L dice que “siempre supo” que había algo que se le ocultaba. Cuando preguntaba acerca de ello, nadie quería hablar. Un duelo no simbolizado, silenciado, permanecía intocado, esto hacía que la muerte tuviese una presencia contínua en el secreto familiar, como si lo no simbolizado presentificara un real que iba anudándose y desanudándose en el lazo familiar.
El análisis era un espacio donde la reconstrucción de estas verdades tenía lugar, no para encontrar allí un atisbo de veracidad, sino por el contrario, para dar sentido a su propia respuesta ante el secreto y el enigma que se encontraba encriptado en su historia, y cuyos síntomas venían a dar cuenta en acto.
El valor del mito, de la novela familiar como operador estructural viene a dar cuenta de cómo cada sujeto y a veces cada familia, pudo hacer con un vacío de significación ante un real que irrumpe de modo contingente, inesperado, abrupto, dejando un agujero imposible de bordear.
En 1971 Lacan dice: “A partir del Edipo como saber con pretensiones de verdad, el saber neurótico, la experiencia analítica lo testimonia, revela un hiato fundamental, el punto de partida central de todo discurso, la no relación sexual (Lacan 1971: 153). A partir de este hiato -“enrollado en torno de este vacío” (Lacan 1971: 153)- se anuda el saber del neurótico”.
En 1953 se refiere a la articulación entre el mito y el inconciente de este modo: “El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco o por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar […] -en la tradición también, y aún en las leyendas que bajo una forma heroificada vehiculizan la historia; […]” (Lacan, 1953, p.251)
La novela se construye sobre ese vacío al que intenta ficcionalizar, en tanto – como dice Lacan – la verdad sólo puede decirse a través de ficciones.
¿Qué significa orientarnos por el caso por caso?De lo (in)clasificable a la orientación por el síntoma
¿Qué significa orientarnos por el caso por caso?
De lo (in)clasificable a la orientación por el síntoma
Si tuviéramos la oportunidad de volver a ser estudiantes de la carrera de psicología y
lleváramos con nosotres un contador manual y lo activáramos cada vez que como
respuesta a alguna pregunta sobre el quehacer con determinado caso nos respondieran: es
el caso por caso, ¿con qué número volveríamos al futuro en nuestro contador manual? Sin
dudas es el estribillo más cantado en nuestras facultades: ¿y cómo procedemos ante…? es
el caso por caso… Sonó, suena y, por suerte, seguirá sonando.
El psicoanálisis mismo, de la mano de Freud que lo deseó, gestó y acunó, nació por una
pregunta que no encontraba respuesta. Por alguien que leyó en esos padecimientos
bizarros, “anormales”, raros, inexplicables e inclasificables para el saber positivista de la
época, un rasgo del inconsciente, que siempre fue y será lo más único y singular que nos
habita. Podrá haber dos seres genéticamente iguales, pero siempre es el inconsciente la
marca de lo más singular de cada une. Es así que, inconsciente introducido, el saber
universal cae, se agujerea. Si bien es cierto que el discurso de la ciencia expulsa al sujeto,
también es verdad que lógicamente no hay lugar para lo singular allí, ya que el discurso de
la ciencia pretende un saber totalitario que el inconsciente no deja de cuestionar. Es así que
Freud leyó en esos padecimientos de esas mujeres como productos de eso que luego llamó
inconsciente, casos que en aquel momento eran actuales, raros, inclasificables para el
saber médico de la época.
Entonces lo actual, raro e inclasificable no es una virtud de nuestra época, nuestro tiempo
no es más “actual” que el 1900. Será entonces más una constante que una excepción que
alguna presentación subjetiva nos parezca rara o actual, porque es justamente signo de la
orientación del caso por caso que nos hemos responsabilizado en heredar.
Es así que en ese agujero del saber médico-científico de la época Freud fundó otro saber
que es el psicoanálisis: sus lógicas, tópicas, mitos, metapsicologías pero también su
psicopatología: neurosis, psicosis, perversiones, fobias y trastornos narcisistas; atravesados
transversalmente por la inhibición, síntoma y angustia. Solo una treintena de años después
de su nacimiento, entre tantos posfreudianos que me tomo licencia de mencionar, es
Jacques Lacan quien asume la tarea de seguir criando a ese psicoanálisis, quién enriquece
y nutre a esa criatura con los aportes de la lingüística y del estructuralismo. Es Lacan quien
traduce a ese caso por caso como sujeto, único e irrepetible y quien entiende que lo que
nos hace inherentemente humanos, es ser parides por ese aparato que es el lenguaje. El
inconsciente mismo de cada une es el efecto de haber sido deseadxs, gestadxs y acunados
por un mundo trastornado por el lenguaje. El aparato teórico lacaniano también introdujo
sus lógicas, conceptos, tópicas y nosología. Esta última ha sido durante gran parte de su
producción teórica, estructural y triádica: cada sujeto, en función del tipo de defensa
inaugural que lo ha fundado -represión, forclusión o desmentida- puede ser así
ubicado/clasificado/entendido en clave de estructura: neurosis, psicosis o perversión,
respectivamente.
Dos herencias conceptuales entonces han orientado esa clínica -que se pretendía- del caso
por caso a nivel de la psicopatología durante casi un siglo: el nombre del padre lacaniano
como discípulo del mito edípico freudiano y la verificación de su operatoria en la tríada
estructural neurosis-psicosis-perversión. Y esta ha sido la modalidad -muchas veces rígida-
con la que hemos leído las presentaciones clínicas de las personas que nos consulta(ba)n y
durante mucho tiempo la presencia/ausencia/desmentida del significante del nombre del
padre ha orientado nuestra formación, clínica y supervisión. Fue nuestro pecado binario:
reducir la complejidad de la realidad a la ausencia/presencia del nombre del padre: NP/NP 0.
Todo lo que empezó a quedar por fuera de esta lectura binaria era leída en clave de lo raro
o, con suerte, lo actual, incluso, incurable. La caída del discurso amo y el ascenso del
régimen del discurso capitalista por la extensión del neoliberalismo generó nuevas
producciones de subjetividad y por ende otras formas de padecer. Lo que antes era solo
una enfermedad de la adolescencia, la caída de los ideales (paternos) es ahora una
condición generalizada. Los amos, entre ellos el padre, se volvieron inconsistentes. Se
comenzó a prescindir de ellos, pero sin la condición de servirse de ellos. Si bien lo “raro” no
era nuevo -Wolfman consulta a Freud en 1910-, empezó a ser más bien la regla que la
excepción. Les analistas empezaron a dar cada vez más cuenta de casos que no podían
ser leídos bajo la manera estructural de ver el mundo subjetivo, que la tríada estructural y el
nombredelpadriado ya no servían para entender y tratar a las subjetividades de la época. El
caso por caso entonces volvió a ser síntoma, poco menos de un siglo después. Algo de esta
coyuntura histórica se volvió acontecimiento y se consagró en la reunión de algunos
analistas del campo freudiano (es decir, milleriano) en las ciudades francesas de Angers y
Arcachón entre 1996 y 1997. Como saldo de esos encuentros se parió la criatura
inclasificable, que comenzó a ser un nuevo significante que intentaba (des)orientarnos en la
clínica “actual”. Casi 30 años después me pregunto si la introducción de lo inclasificable no
denunció sin querer que estábamos incurriendo en lo que la ética del caso por caso no
debería haber permitido, esto es, clasificar. Dentro de ese gran cambalache psicoanalítico
entró todo tipo de presentaciones diversas, gran parte de ellas ya habían sido estudiadas y
nombradas por el campo de la psiquiatría primero y de los postfreudianos después. Pero
como la incertidumbre no se soporta por mucho tiempo y les analistas no estamos exentos
del beneficio del alivio que genera nombrar y clasificar, del gran campo de lo inclasificable
devino una nueva noción: la psicosis ordinaria. Gran parte de esos que formaban parte del
campo de los inclasificables devinieron ¡sólo un año después! psicóticos ordinarios, esto es,
comunes, silenciosos, estables, solapados, sutiles, lo que en otro tiempo, muy anterior
incluso a Freud, fue llamado locuras lúcidas. Si bien muches se han encargado de aclarar
que la psicosis ordinaria no es un diagnóstico sino un “programa de investigación”, sabemos
que en el mundillo de la clínica ha construido realidad, aún en les que se consideran del
palo de les deconstruides, como yo. Es una pena que ese momento histórico fructífero que
conlleva la emergencia de todo síntoma se haya cerrado total o parcialmente con un nuevo
término, una nueva clase, por más atinado, cómodo y coherente que me resulte el tipo
clínico.
Pero hay otra línea conceptual que sí me interesa rescatar por sus usos y efectos en la
clínica que es la pluralización de los nombres del padre, lo que es una forma resistente al
cambio de decir que ese significante ya dejó de ser la solución más normal o mejor, sino
que pasó a ser una más entre otras -y si de cuestión de número se trata, cada vez menor..
Me gusta más decir, entonces, la pluralización de las orientaciones. Un grupo de colegas y
psiquiatras psicoanalistas españoles llegó incluso a decir que la neurosis es una suplencia
de la psicosis universal, original y potencial que nos habita o nos habitó a todes. Si esto no
es la deconstrucción, la deconstrucción ¿dónde está?
Afortunadamente, del agujero de saber fundacional que dio nacimiento al psicoanálisis -y
que luego Lacan supo reinventar como no-todo- no hay vuelta atrás, Por ende hay un resto
subjetivo-histórico-político que siempre resistió, resiste y resistirá a cualquier intento de ser
clasificado. La militancia de los colectivos de feminismos y diversidades tienen mucho para
decirnos en torno a los problemas que han traído y aún traen las clasificaciones. Y es
también dentro del campo de la salud mental que tenemos que escuchar al colectivo de
usuaries de servicios de salud mental que se resisten a ser diagnosticades o clasificades y
piden ser nombrades como neurodiverses (otro gran e interesante tema para un próximo
trabajo).
El binario NP/NP 0. demostró ser insuficiente y reduccionista ya que la caída de ese
significante del reinado de las orientaciones ya no nos sirve para dar cuenta de la pluralidad
y diversidad de presentaciones. La orientación por el síntoma sí, me parece más ajustada y
útil y nos instala de una vez y para siempre en el caso por caso. Ante cada persona que nos
consulta podemos preguntarnos sí, por su posición en relación a la estructura -es decir, al
lenguaje. Pero quizás sea más fructífero preguntarnos si tiene o no tiene un síntoma, si
padece o no por ello, y qué significante ha encontrado que le oriente en la vida.
"La patologización de la Infancia en la Hipermodernidad"
María Paula Giordanengo
LA PATOLOGIZACIÓN D ELA INFANCIA EN LA HIPERMODERNIDAD
“He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño”.
Joseph Heller
Es frecuente en quienes trabajamos en la clínica con niños, recibir a padres que llegan a la consulta con un enunciado bastante acabado respecto de lo le ocurre a su hijo, cuando un diagnóstico se ha efectuado precipitadamente, en particular en los casos donde se presentan dificultades que afectan al desarrollo o las pautas madurativas que se esperan vayan siendo acordes a la edad de éste.
Habitualmente, llegan a la consulta, después de un largo recorrido, las más de las veces abatidos frente a un significante que los conmueve. El diagnóstico se impone así, como una “certeza”, de la que nada se atreven a decir.
Algunas veces hasta llegan a hablar de su hijo como “este tipo de chicos” donde lejos de poder ligarlo a una cadena familiar, allí donde se constituye la operación de filiación, lo aproxima más bien, a un grupo o clase anónima, dejando por fuera su subjetividad.Esto supone varios enfoques que responden a un paradigma cientificista, por el cual se sostiene la promesa de que todo debe ser categorizado. Cuantas más categorías más “garantías” de que nada escape al control, que la ciencia puede erigirse en el Amo que todo lo ve, al estilo del panóptico foucaultiano. Así, las herramientas y manuales de diagnóstico operan en el sentido de cualquier maquinaria de control social.
Es en esta pretensión de universalidad a la que aspira el discurso de la ciencia, en la que se asienta el furor clasificatorio, cuya única respuesta posible es la angustia en tanto señal de un real potente e irreductible que resiste a ser bordeado con palabras.
La contracara de esta ligereza con que frecuentemente se arriba a un diagnóstico cuando un niño presenta cierto “malestar”, es la prescripción de psicofármacos a escalas alarmantes.
El malestar debe ser disminuido a cero, desconociendo las coordenadas precisas que marcan la historia de ese sujeto, las condiciones de su llegada, su lugar en el deseo de sus padres, los avatares de la historia de cada padre que se harán eco en la manera en que ese niño es acogido en el seno familiar.
El lenguaje, nos dice Lacan, no es algo que se nos haya dado sin traspasarnos al mismo tiempo… “Una realidad temblorosa y vacilante hecha del deseo de nuestros padres…”. El lenguaje preexiste, afecta al sujeto, lo instituye como tal.
Que una figura parental nomine a un niño como hijo es un acto, pero que ademas de nombrarlo en relación a una filiación, pueda ejercer su función, será clave para que ese niño-hijo pueda historizarse.
Desde el Psicoanálisis sostenemos una escucha de la singularidad. Esto quiere decir acoger a esos papás que consultan en una práctica de discurso en la que ellos son portadores de un saber sobre su hijo que, a medida que podamos desplegarlo, dará las claves de aquél sufrimiento, ya sea el suyo propio, o el del niño.
Es sabido que en torno a un niño circulan diversos discursos, el discurso parental, escolar, social, médico, que se entraman en una compleja trama. Será la lectura del detalle de la particularidad que ese niño presenta, lo que nos permitirá sentar los mojones que orienten la dirección de la cura, sin dejar por fuera la propia palabra del niño, aun cuando no hable.
La posibilidad de que un niño logre apropiarse de determinados saberes no responde sólo a condiciones madurativas, sino que estará atravesada por los tiempos de su constitución subjetiva.
Aun cuando lo que aparezca en primer plano son los trastornos de orden neurológico es responsabilidad de aquél que trabaje con niños que allí donde parece estar “todo dicho”, pueda advenir un sujeto, ser agente de la palabra, la suya, y hacer con ese real que porta una invención a nombre propio.
Los profesionales que atiendan estas consultas, sobre todo las iniciales, donde el desconcierto, la desazón y la angustia en los padres puede ser desbordante, deberán tener en cuenta que la suposición de saber que quienes consultan le atribuyen, convierte cada palabra de aquél primer encuentro, de aquellas primeras consultas, en una suerte de “piedras” que se irán colocando unas sobre otras.
Si el muro llega a ser tan alto, tanto que los sobrepasa, difícilmente puedan volver a ver a su hijo, o escucharlo, ficcionar sobre qué quiere, qué le pasa, qué cosas le gustan y cuáles le desagradan, cómo significar sus estados de tristeza, sus berrinches, su deseo.
Las clasificaciones varían de acuerdo al discurso de la época. Se habla de niños estresados, hiperactivos y hasta de depresión infantil en aquellos casos en que el niño manifiesta el mínimo displacer o desgano frente a la agotadoras rutinas impuestas por los adultos. Cada vez más ofertas para que el tiempo del niño sea pulverizado.
Es responsabilidad de cada uno de nosotros como colectivo social oponernos a la patologización de las infancias.
En este sentido, el efecto devastador del que hablamos tendrá que ver con el modo en que Estas piedras amurallan al niño y signan de allí en más su porvenir adulto.Desde mi práctica clínica con niños afectados en su constitución subjetiva temprana, he constatado que una palabra alojada, acentuada, dicha, subrayada, devuelta o envuelta en un ropaje que anide el ser, o el objeto que ese niño fue para el Otro marca la diferencia necesaria que implica la nominación.
Por esa palabra que irrumpe, designa, nombra, regula, un niño no será nunca igual a otro, ni podrá encajar en ninguna categoría estragante.
Íntimamente, puedo decir que este quehacer clínico siempre me ha traído satisfacciones, pero sólo cuando supe esperarlas.
En el acto de colación de un paciente, a quien conocí siendo un niño de 4 años y hoy es un joven dispuesto a comerse el mundo, su mamá me dedicó unas palabras.
Dijo algo así;
"Nunca me voy a olvidar de cuando lo viste por primera vez.
Yo te dije; - viste que los chicos con síndrome de Down hablan más tarde. Y vos respondiste;
- no estoy segura de que sea así.
En ese momento pensé que no sabías nada. Luego y antes de terminar la sesión, mientras yo hablaba sin parar, lo miraste en ese rincón lleno de juegos e instrumentos y me dijiste interrumpiendo; - le gusta la música".
Me di cuenta que, de creer que no sabías nada pase a pensar que de él ya sabías todo... ahí empece a verlo a él sin esa condición que lo había marcado al nacer... y bueno, acá lo tienen ahora, en la banda de la escuela, siendo un baterista insoportable, así que ya lo saben, ahí tienen a la culpable".
Que lo insoportable sea el deseo es maravilloso y conmovedor.
María Paula Giordanengo
Fascículo 2. Más allá del principio del placer, el juego y la creación.
El niño que supo inventar entre guerras.
Fascículo 2. Más allá del principio del placer, el juego y la creación.
El niño que supo inventar entre guerras.
Ciudades destruidas por la guerra. Bombardeo. Derrumbe. Arrasamiento. La violencia del mundo
vuelta contra sí misma. Una mano gigante escurre los escombros entre los puños del mal. Si algo
deja en pie la guerra es la insistencia de la repetición. Lo imborrable no deja huellas solo piedra
sobre piedra. La huella o la marca advienen cuando un olvido se hace posible.
La pintura de la belle époque europea cae como castillos de arena seca. A la pandemia de la
aniquilación y del odio a la diferencia, seguirá otra guerra más devastadora, por cielo, por tierra,
submarina.
Los niñxs huérfanos: viven en refugios, en orfanatos, en campamentos. Las generaciones
siguientes insistirán con sus perturbadoras costumbres por la vía de la insistencia significante la
cual torne(e) posible cavar un juego-discurso que advenga en la dimensión de una historia, de
traumatismos y segregaciones de guerras y terrorismo de estado.
En el punto II del Más allá, Freud continúa sus indagaciones sobre las ligazones entre el principio
del placer y el principio de la realidad, los pasos directos o rodeos con lo simbólico o el campo del
Otro. La guerra, las conmociones mecánicas y los accidentes, donde existe peligro de muerte son
ejemplos de las neurosis traumáticas. No es un término creado por Freud, posee larga data, pero
Freud lo compara, por un lado, al cuerpo-síntoma de la histeria y al padecimiento subjetivo y
quebranto de las funciones anímicas de la melancolía o la hipocondría. Algo que se quiebra en la
vida del sujeto. Distingue las NT por su carácter de sorpresa/ sobresalto o susto experimentado, y
por otro lado, porque este ha dejado una herida en el cuerpo, es que actuaría en contra de la
formación de la neurosis. En este punto es que realiza una distinción sobre tres términos que
suelen usarse indistintamente y que el psicoanálisis va ordenar: susto, miedo y angustia. Lo
interesante de esta puntuación es que la angustia se presenta como un refugio ante lo
traumático.
Retornar al sueño. Lo singular también se presenta en la vida onírica de las neurosis traumáticas:
la repetición del accidente sufrido hace despertar al soñante con nuevo sobresalto (¿Por qué los
habitantes de Dark se sobresaltan al despertar cada día?)
Freud no retrocede a la hipótesis de la realización de deseos en el sueño pero avanzar por el
camino oscuro y sombrío de las NT le presenta ambigüedades. ¿Por qué el sueño es conmovido, es
sufrido, por el lenguaje de la repetición traumática?
Del sueño al juego
Freud propone dar un rodeo por la teoría del juego infantil como paradigmática de la actividad
psíquica.
Acá está Freud con su mirada, alojando a un niño, alojando la infancia.
Un juego a nombre propio. Freud convivió durante algunos meses con su nieto de 1 año y medio.
Un niño que pronunciaba algunas palabras y sonidos significativos comprendidos por los otros que
le rodeaban. Se hallaba en excelente relación con sus padres y era muy elogiado por su juicioso
carácter, no perturbaba por las noches el sueño de sus padres, obedecía a las prohibiciones de no
tocar determinados objetos o entrar a la habitación de sus padres y no lloraba cuando su madre
lo abandonaba por varias horas. Esta descripción del niño, es un dibujo clínico en el que se podrían
leer diferentes motivos de consulta por los que sufre unx niñx y/o los otros, cuando algo de esto
entra en el malestar.
Per-turbar
El niño mostraba la perturbadora costumbre de arrojar lejos de su cuerpo, a un rincón del cuarto
o bajo una cama, cualquier objeto pequeño del que se apoderaba y que su rehallazgo no resultaba
a veces nada fácil. Mientras realizaba esta acción producía un agudo y largo sonido o-o-o--o, que
la madre y Freud significaron como fuera -fort-.
Destaco esta palabra que utiliza Freud: perturbar. Etimológicamente proviene del verbo activo
transitivo perturbar y del sufijo dor, que señala al agente.
El niño perturba, agita, alborota, turba, inquieta, intranquiliza, trastorna, desordena y altera, el
sosiego del otro/Otro.
Este juego, inventado por el niño, utiliza a sus juguetes como medio para jugar a estar fuera. Un
juego en tres actos/drama sobre el que se desmonta una estructura. La estructura del juego como
conquista y batalla del campo del otro, un mundo montado a los significantes.
Con-cuerda. A-cuerdo con el Otro
¿Qué es un juguete? Un juguete es un significante, que por sí mismo no significa nada. El niño no
necesita juguetes propiamente dichos, sino que los inventa con lo que le viene a la mano. El
juguete como objeto, que es él mismo, que son los otros, que es lo que el Otro le hace ser y lo que
se hace ser para el Otro.
El pequeño niño jugaba con un carrete atado a una cuerda. Un carrete de madera/madre. Un
carrete es un cuerpo/objeto cilíndrico, agujereado por el que se puede hacer pasar una cuerda, un
hilo. Una lógica de cordeles. Un carrete, que es una bobina, por donde hacer pasar un circuito.
Al niño nunca se le ocurría llevar el carrete arrastrando por el suelo (esto sería jugar al coche, otro
tiempo lógico del juego) para arrastrar primero se inscribe un fuera, un mundo por donde dejar
rastros.
Entonces, teniéndolo sujeto por el extremo de la cuerda, lo arrojaba con gran habilidad, por
encima de la barandilla de su cuna, forrada de tela, haciéndolo desaparecer detrás de la misma
lanzaba entonces sus significado o-o--o-o y tiraba luego de la cuerda hasta sacar el carrete de la
cuna. Con júbilo saludaba su reaparición con un significativo aquí. El circuito se componía de los
tiempos de desaparición y reaparición, siendo el primer tiempo el que repetía incansablemente, a
pesar de que el mayor placer estaba indudablemente ligado al segundo tiempo. Un día que la
madre había estado ausente muchas horas, fue recibida con las palabras: nene o---o-o-o, el niño
había creado un medio de hacerse desaparecer a sí mismo o había descubierto que no desaparece
el deseo sino el sujeto detrás de un objeto.
Romina Arzola
Psicoanalista
Freud, S. Más allá del principio del placer. Traducción de Ballesteros. Biblioteca Nueva.
Lacan. Seminario 4. Las relaciones de objeto. Paidós.
Adriana Prengler C. El niño del carretel Una visita a W. Ernest Freud. En Revista Fort-da.
https://www.fort-da.org/fort-da3/ernest.htm
"Más allá del Principio del placer, la ficción"
Fasciculo 1 "Un más allá de la psicología, el giro freudiano"
Más allá del principio del placer, la ficción
Publicación en fascículos de las referencias literarias, mitos y poesía en el texto freudiano de 1920.
Fascículo 1
Un más allá de la psicología, el giro freudiano
No hay texto que cuestione en más alto grado el sentido de la vida.
J. Lacan
1919. Viena. A cuatro meses de finalizada la primera guerra mundial. Entre Marzo y Mayo Freud escribió El más allá del Principio del placer. ¡Dos meses! ¡Y a la par que concluye su artículo sobre Lo siniestro! Trabajo, este último, en el que alude a la compulsión de repetición pero no hay referencias a la pulsión de muerte. Para el otoño de ese mismo año entrega el manuscrito completo del más allá a dos amigos de Berlín: Abraham y Eitingon, versión que incluía la pulsión de muerte.
1920. Viena. Freud continuó hasta el verano revisando el manuscrito, entregó un resumen a la SP de Viena y lo finalizó en pleno Julio, cuando el calor y la humedad barnizan la ciudad de Viena. En el corazón del otoño, dio una Conferencia en el Congreso Psicoanalítico Internacional en La Haya, titulada Complementos a la teoría de los sueños (hay dudas si fue redactado por el propio Freud), en el que anuncia la pronta aparición de su libro el Mas allá del principio del placer, cuando se pregunta por el valor de los sueños traumáticos: ¿acaso este tipo de sueños son una excepción de su tesis sobre los sueños como una realización de deseos?
Si bien Freud ya había hecho mención a la compulsión de repetición, incluso antecedentes teóricos se encuentran en las huellas del Proyecto, lo nuevo acá es que le atribuye las características de una pulsión y plantea los antagonismos entre Eros y la pulsión de muerte y el problema de la destructividad.
La metapsicología, como un más allá de la psicología del yo, la que el psicoanálisis descubre, la insistencia de otra instancia, posee el valor de una ficción. Desde las cartas anteriores a 1900, se encuentran rastros de la idea del aparato psíquico como una ficción, ya que su hechura no acontece a nivel de una localización neurológica y/o fisiológica, sino que inventa un nuevo espacio y tiempo. Un espacio topográfico y tipográfico, una red discursiva, donde el más allá insiste. Una invención. Hasta ese momento Freud no encontraba ni en la filosofía ni en la psicología, una teoría que pueda dar cuenta del problema del Imperio del placer: lo parte más oscura e impenetrable de la vida anímica. Freud va hilvanando hipótesis. Hipótesis enlazadas a un deseo, el deseo de describir, de- escribir y comunicar los hechos que escucha en su clínica, evidencias que dan cuenta de que el principio del placer no domina el aparato. En su autobiografía Freud dice que luego de su hipótesis sobre la existencia de dos clases de pulsiones, en conjunto a sus elaboraciones de 1923, no ha hecho posteriormente ninguna contribución decisiva para el psicoanálisis.
Se conoce este texto como el giro conceptual en la obra de Freud. Un tiempo bisagra. La hipótesis introducida por Freud es que la compulsión de repetición es más primitiva elemental y pulsional (triebhaft: impulsivo, apasionado, irreflexivo, lo opuesto a la conducta racional y esclarecida.), que el principio del placer al que sustituye.
Freud anuncia su giro. Freud en la cresta de la ola. La palabra giro no está en el texto de Freud. El giro conceptual como una artificio, como un edificio artificial de hipótesis.
Giro como dirección. Desvío. Cambio de dirección. El analista introduce giros en la cura. Giros en las versiones discursivas. Un giro inesperado para el sujeto. Adviene sorpresa. Giro como movimiento ficcional que toma otro rumbo. Algo inédito emerge y giran las ficciones.
El psicoanálisis ya no danza igual. El sujeto se pregunta ¿por qué siempre la misma danza? El analista introduce nuevos giros al ballet. Así como en la danza, las repeticiones se atraviesan por movimientos, desplazamientos. Una caída nunca es igual. Danza como texto. Danza como relato porque también en cada repetición se inscriben giros en el cuerpo.
El sujeto gira sobre sí mismo y la entrada al análisis le permite dar un giro en otra dirección.
También es un giro transferencial, en el sentido de un giro de dinero. Un giro en la estructuración que se le confiere a las palabras. Un giro postal. Una carta escrita a mano, perdida, volada, vuelta a escribir. La estampilla de la letra de Freud para la humanidad. Un giro en la cultura.
La idea de desproporción está desde el comienzo en el texto. No se encuentra una proporcionalidad directa entre el placer y el displacer. Existe una fuerte tendencia en el alma al principio del placer pero hay otras fuerzas que se oponen. Contradicciones como lo muestra el síntoma. Esta desproporcionalidad, está marcada por operaciones de sustitución, caminos indirectos, rodeos que van inscribiendo al principio del placer nuevas fracturas. La idea de divisiones también está presente desde el comienzo del texto. Divisiones y caminos vividos como displacentero. Una disimetría, algo que no funciona, por más esfuerzo y voluntad que se ponga en la consecución del placer. Los fantasmas de equilibrio, estabilidad, de adaptación vacilan en el registro del símbolo. Es de manera fragmentada que la vida queda enlazada a lo simbólico, participando de la pulsión de muerte.
Para finalizar esta presentación del Más allá, retomo el concepto de ligadura. Ligar como atar. Ligar como sujetar. El Más allá del principio del placer, está sujeto a cuerdas invisibles y a la vez, a lo imposible de sujetar. La ausencia de ligadura resulta inútil y hasta peligrosa para confrontar a las dificultades del mundo exterior. Se requiere una operación de sustitución, una metáfora de unión entre el placer y la realidad. La ligadura a un discurso, al que se está condenado a reproducir, no se puede detener, somos una carta escrita, un dibujo hecho, que forma un circuito que solo puede ser introducido por la repetición, por el registro del lenguaje, el orden humano. Este texto como plantea Lacan tiene el valor de otro principio, el principio del descentramiento del sujeto. En esto se unen la revolución copernicana y la invención freudiana, en el descentramiento de sentido que navega en las cartas de un poeta, Rimbaud, donde Yo es otro.
Rocha Arzola
Psicoanalista
Freud. S. (1920/1973). Más allá del principio del placer. Madrid: Biblioteca Nueva
Freud. S. (1924/1973). Presentación autobiográfica. Madrid: Biblioteca Nueva
Lacan, J. (1954-1955 /2006). El seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la técnica analítica. Buenos Aires: Paidós.