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El deseo en femenino


“El deseo en femenino”


“Por supuesto, para ella también hay constitución del objeto a del deseo. Resulta que las mujeres hablan. Habrá quien lo lamente, pero es un hecho. Ella, por lo tanto, también quiere el objeto, e incluso un objeto tal como el que ella no tiene.” Jacques Lacan


Introducción


Si hay un tipo de goce que Lacan denominó “femenino”, la referencia al deseo parece estar siempre en relación a lo masculino, por su dependencia respecto del falo, la castración y el lenguaje. Por supuesto que en tanto sujeto efecto del lenguaje la mujer también es deseante, pero la cuestión sería interrogar si hay deseos propiamente femeninos, es decir, si es posible deslindar deseos femeninos de deseos histéricos u obsesivos en una mujer.

Para eso conviene recordar que no se “es” sujeto del deseo en tanto agente, siendo esa es la vertiente que toma la neurosis, sino que el deseo es el deseo del Otro y se está afectado por él. No hay deseo que no pase por la mediación del Otro, y si la mujer representa al Otro por excelencia, ¿cuál es el modo que adquiere su realización?

Para Freud la solución era bastante simple, podríamos suponer, en tanto la verdadera feminidad se sostenía de un único deseo: el de ser madre. La salida femenina que implica buscar un hombre que tenga lo que ella no, y de ese modo concebir un hijo de él que le aporte el falo faltante. Es por esta razón que se ha considerado que para Freud el deseo femenino era un deseo masculino por excelencia: el falo. De todos modos, ¿es posible hablar de deseo sin que ello remita a una estrecha ligadura con el falo? Creo que en este punto conviene diferenciar la posición de aquellos sujetos en la cual prevalece el objeto como causa de deseo, o sea, donde hay una estrecha dependencia del deseo al objeto, de aquella en la cual el interés es por el deseo en sí, y el objeto queda ligado secundariamente a él. En todo caso, eso es lo que puede interpretarse de este párrafo de Lacan del Seminario 10:

“Ella se tienta tentando al Otro, algo en lo que el mito también nos servirá. Como lo muestra el complemento del mito de hace un momento, la famosa historia de la manzana, cualquier cosa le sirve para tentarlo, cualquier objeto, aunque para ella sea superfluo, porque, después de todo, esta manzana, ¿para que la quiere? Para nada más de lo que quiere un pez. Pero resulta que con esta manzana ya es suficiente para que ella, el pececito, haga picar al pescador de la caña. Es el deseo del Otro lo que le interesa” (Lacan, 1962-63, p. 207)

Ella está interesada en el deseo del Otro, porque es por su mediación que puede desear y no hace del objeto su condición, como sí lo hace el hombre, ya que su goce (el del hombre) depende de ello debido a que el complejo de castración esta en el núcleo de su deseo. Para la mujer, en cambio, la relación con la falta no es relevante, por lo cual ella desearía “por mediación”, y si bien no depende tanto del objeto, sí podemos afirmar que lo hace del amor. De hecho para Freud el equivalente en la mujer a la angustia de castración en el hombre es la pérdida de amor por parte del objeto. [1]

“Amorcito”

Un cuento de Anton Chéjov me resultó muy ilustrativo respecto de aquellas mujeres que se “enganchan” al deseo de un hombre, lo que va de la mano de una identificación que me gustaría analizar su correspondencia con lo que Lacan describe como identificación viril, o se trata de algo distinto.

El breve relato narra la vida de Oleñka desde su adolescencia y el encuentro con un primer amor, hasta su madurez donde surge el amor materno, también como acontecimiento, pero que a mi modo de ver es un deseo que sigue las huellas del amor al hombre.

Oleñka escucha desde su ventana las quejas de Kukin, quien era un “empresario de un parque de diversiones”, también llamado “teatro de feria”, dado que la lluvia constante le impedía mantener su negocio y lo llevaría a la quiebra. “Al final, las desgracias de Kukin la conmovieron y terminó enamorándose de él” (Chéjov 1896, p. 157). Finalmente se casan y Oleñka pasa a ayudar a su marido en su negocio. Eso no constituye una situación peculiar, pero sí el hecho de que empieza a considerar el mundo del teatro como lo más importante en la vida y la única fuente de verdadero gozo; y habla de ello y sólo de ello, repitiendo las mimas palabras que su marido: “Todo lo que Kukin decía sobre el teatro y los actores, lo repetía ella también” (Ibidem, p. 160). En una ocasión su marido parte de viaje con la compañía y al poco tiempo llega un telegrama anunciando su muerte.

Meses más tarde, estando aún vestida de luto, Oleñka se cruza con Vasily, encargado de un depósito de maderas. El sólo hecho de acompañarla hasta su casa produjo un efecto en ella, y al cabo de un tiempo nada prudencial se vuelve a casar. Del mismo modo que en su primer matrimonio, comienza a reemplazar a su marido en el negocio, y su vida y su conversación giran en torno al mismo. “Le parecía que desde tiempos remotos se dedicaba a comerciar en madera, que lo más importante en la vida era la madera y que había algo íntimo y conmovedor en las palabras: viga, estaca, tabla, listón, alfarjía, rollizo, tirantillo, costero.”(Ibidem, p. 164).

Con algunas mínimas diferencias, la situación se repite una vez más con un Veterinario. En un momento él parte sin saber a ciencia cierta si va a regresar. Resulta interesante que al quedarse sola, ella ya no sabe hablar, se queda sin ninguna opinión que manifestar. Este hombre finalmente regresa, pero lo hace con un hijo fruto de una relación con otra mujer. Ella los recibe en su casa y se ocupa del niño como si fuera su madre, tanto que su conversación gira en torno al colegio, los deberes, los maestros, y todo aquello que ocupaba la vida del niño.

Hasta aquí llega el relato de la vida y amores de Oleñka, la cual parece haber estado signada por la necesidad de un hombre para salir del silencio que la recluye en la melancolía y armarse un ser: ser la mujer de un hombre… o la madre de un niño.

Identificarse al deseo del hombre. ¿Identificación viril?

Cuando Lacan introduce en el Seminario 3 la identificación viril en la histeria, sirviéndose del Historial de Dora, lo hace luego de señalar que la estructura de la neurosis es una pregunta, la cual se responde con su yo, que es un modo de “amordazarla”. Parte de la crítica a Freud quien, según su parecer, se centra más en la cuestión del objeto de deseo en Dora en vez de preguntarse quién desea en ella, y es así que propone que el yo de Dora es el Señor K.

La pregunta histérica se refiere al ser de la mujer, en virtud de la insuficiencia de material simbólico del sexo de la mujer. “Cuando Dora se pregunta ¿Què es ser una mujer? Intenta simbolizar el órgano femenino cuanto tal. Su identificación al hombre, portador del pene, le es en esta ocasión un medio de aproximarse a esa pregunta que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no logra simbolizar” (Lacan 1955-56, p. 254). Pero si Dora se identifica al Señor K, a quien por supuesto ama, lo hace en la medida en que el ama a su mujer, que está causado por ella.

Ahora bien, en el caso del cuento de Chèjov, Oleñka parece identificarse al deseo de los hombres que ama, pero no hay ningún atisbo de que esa identificación esté comandada por la pregunta sobre el ser de una mujer, o en todo caso, esa identificación le permite responderse que ser una mujer es simplemente “ser amada”. No hay ninguna Otra en el horizonte, y cuando aparece otra mujer en la figura de la madre del niño de su último marido, esto no parece representar conflicto alguno.

Sin embargo hay un dato que conviene destacar: cuando ella se enamora de su primer marido, lo hace a partir de escucharlo quejarse sobre las dificultades de su trabajo, sobre las pérdidas monetarias que le acarrearían no poder poner en funcionamiento las obras de teatro debido al mal clima incesante. Es decir, un hombre que muestra su falta y por lo tanto es un hombre deseante. Ella entonces se viste con los ropajes de su deseo para tentarlo, y encuentra de ese modo una vía para tentarse a sí misma.

El silencio no es amor (para una mujer)

Según Colette Soler, de la mujer podría decirse quiere gozar mientras que “El histérico busca insatisfacer al Otro, apunta a un plus de ser. Se podría decir entonces: una mujer quiere gozar, la histérica quiere ser. Incluso exige ser, ser algo para el Otro, no un objeto de goce sino un objeto precioso que sustente el deseo y el amor” (Soler 2004, p. 75). Sin embargo, unos párrafos después, también sostiene que el amor femenino es celoso porque “demanda el ser” (Ibidem, p. 80). Ello encuentra su razón, además, en el hecho que el goce femenino no identifica a la mujer, contrariamente al goce fálico en el hombre, por lo cual el amor puede producir momentáneamente el efecto de borramiento de la falta en ser.

Si el amor es condición de deseo para una mujer, o sea, la condición por la cual puede desear al mismo tiempo que ser deseada, para la histérica el amor es condición para soportar ser causa de deseo. La histérica sintomatiza el amor, porque entregarse al amor conlleva la fantasía de ser objeto de un deseo perverso. La mujer “se asoma a él” como la fuente que le otorga un ser.

Una mujer puede querer gozar, sí, pero el goce no necesariamente es deseable. Lo propio de una mujer es querer ser amada, y de allí se puede suponer la afinidad de la erotomanía con lo femenino. El amor, en cambio, sí es deseable, o más bien se conjuga con el deseo a pesar de de sus constantes bifurcaciones. ¿Qué es el amor para una mujer? A veces simplemente puede ser tener a alguien con quien hablar, que la rescate de su silencio. Y que le hable, sobre todo que le hable, lo que para ella es equivalente a poder desear.

Entiendo que ese un modo de interpretar el siguiente párrafo de Lacan del Seminario 20: “Un hombre no es otra cosa que un significante. Una mujer busca a un hombre a título de significante. Un hombre busca a una mujer a título - esto va a parecerles curioso – de lo que no se sitúa sino por el discurso, ya que si lo que propongo es verdadero, a saber, que la mujer no toda es, hay siempre en ella algo que escapa al discurso”. (Lacan 1972-73, p. 44)

Si sólo ex˗iste La mujer por fuera de la naturaleza de las cosas, es decir, de las palabras, una de las formas del deseo femenino puede ser la de “apalabrarse” por medio del amor. O como lo dice Ritvo en “El silencio femenino”: “En un lado no hay ninguna palabra; en el lado opuesto está toda la palabra (…) El resultado implica que el sujeto es masculino en su función, sea cual sea su sexo anatómico. Si una mujer habla no lo hace como mujer; si extremamos un poco las cosas, nos topamos con la oposición de Otto Weininger: el hombre es; la mujer no es” (Ritvo, 2017 p. 47)[2]


Marina Esborraz

[1] Si bien Freud en principio marca esta condición respecto de la niña, posteriormente señala que al tener la histeria mayor afinidad con la feminidad, la pérdida de amor sería la condición de angustia en la histeria. [2] La postura del autor es un tanto crítica respecto de este enunciado, sin embargo no es menos cierto que el mismo puede desprenderse de los postulados de Lacan de las fórmulas de la sexuación.


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