Esto no es un escrito.
Es retazos, a compartir.
Es anhelo: un nuevo amor, más allá del narcisismo.
Tomasa San Miguel
19 de abril 2020
*¿Qué es lo singular? ¿Qué es lo colectivo?
¿El psicoanálisis ha participado en la construcción de una concepción neoliberal de la subjetividad? ¿Al menos la ha sostenido? Por qué se (me) desliza esa pregunta si el ABC del psicoanálisis es que el sujeto se constituye en el Otro encarnado, esto es: cuerpo, palabra y goce en unos otros que lo animan, más allá de su existencia biológica.
¿Por qué la necesidad colectiva de una renuncia pulsional desata las más ofendidas diatribas seudo intelectuales? ¿Por qué no aparecieron con la misma firmeza y decidida transgresión cuando se abolió un derecho como la salud? Para situarlo en un acto pongo como ejemplo la desaparición del ministerio de salud resultado de una laboriosa tarea de atropellos a un derecho: la salud.
Aquella vez pensaron que no los tocaba, en ésta aparentemente no hay excepciones: el virus, la enfermedad y la muerte es para todos (qué novedad la prepaga no nos hace inmortales, es más se borra cuando la necesitamos). No hace distinciones de clase. El gran antídoto contra todos los males de este mundo dinero, prestigio, saber-conocimiento, se muestra ineficaz.
¿Por qué al mismo tiempo que alertamos sobre la declinación del padre, sobre su inexistencia y sus efectos, sobre la avanzada feroz del capitalismo sobre la singularidad, nos pone suspicaces el consentimiento mayoritario al acto que implica el “quedáte en casa”? ¿No convendría obstaculizar la fórmula advirtiendo que hay muchos y muchas que no tienen casa donde “quedarse”?
¿Qué es la autoridad? ¿A que versión del padre responde? Me refiero a la autoridad legitimada por supuesto. No al autoritarismo. ¿Es cierto que una llevaría a la otra? No. Más bien, la ausencia de la autoridad genera el riesgo de los totalitarismos. Pienso que hay ciertas formas de autoridad que transmiten la castración, anudan en su decir lo imposible de gobernar. Y es contingente, no se extiende en el tiempo, se soporta de un acto. Y es cada vez, en una democracia que no se deje subsumir completamente por el mercado.
El acto responsable y colectivo es un acto atento. Tan felizmente atento que en estos días vimos la irónica rebelión con que los mayores de 70 respondieron a la insólita estrategia del gobierno de la ciudad. Ese que sobre todo se basa en asegurarse un goce mientras lo desmiente en los otros: ‘llamanos que te damos un sermón de porqué no es lo mejor que salgas y te lo decimos por tu bien’.
¿Qué es eso a lo que se le llama libertad? ¿No es una versión del consumo? ¿De una esclavitud que nos hipnotiza?
¿Es la libertad algo posible?
Puede ser un acto, contingencia mediante. Se define luego, si es que hay alguien dispuesto a soportar las consecuencias.
Ese desprecio por la masa, esa que ha llevado a lo peor en pos de las mejores intenciones, no nos deja a merced de ella cuando explicamos todo con un discurso? Un. Único. Discurso único, religioso, sabelotodo, profundamente sordo a lo que resuena y genera “un saber hacer ahí”.
*No hay Estado sin lo comunal
Esta frase generosamente me fue dicha por una colega que conoce mi cercanía con un hospital de la provincia de Buenos Aires al momento de ofrecerme máscaras de protección para los profesionales que trabajan en esa guardia.
¿Qué es el Estado si no incluimos el acontecimiento, los lazos, lo colectivo, la alegría spinoziana, el amor no narcisista?
Una colega cuenta que en un hospital el termómetro con el que se realiza el triage no funciona. Hacen como que hacen. Versión burocrática, canalla del cuidado al otro. Impostura inmunda que hay que saltar. No será la queja una posición que marque la salida. Ni tampoco el reclamo a un otro que esta vez, como tantas otras, en serio, no hay. Otros pactos y acuerdos serán posibles mientras tanto.
Otros cuentan de la falta de cuidados en la sala de internación en la que trabajan. Y al mismo tiempo traen como problema un marcado “nerviosismo” de los profesionales hacia los pacientes allí internados.
Esta falta de miramiento se exacerba con los pacientes que se fugan y vuelven. ¿Qué hacer con ellos? ¿Cómo no contagiarse en caso de que ellos se hayan contagiado “afuera”? Esperan que la autoridad del hospital extienda un protocolo. No lo hace, se desentiende de su acto. Bien, no es autoridad. Advertimos que los que más entran y salen son los profesionales. Los invito a autorizarse, posición que es con otros como dijera Lacan. Decidir medidas de cuidado para todos que contemplen el caso por caso. Si no somos capaces de enlazar lo comunal, ya sabemos que no todo, no seremos capaces de un Estado que se resista a ser sólo un servicial administrador del mercado.
¿Cuál Estado pienso que convendría? El que regula los goces de algún modo que genera la equidad necesaria como para que un sujeto resulte. Y el que al mismo tiempo contempla la singularidad. Eso requeriría de sujetos culturales activos y comprometidos.
Serhablante será quien pueda dar cuenta de cómo su nudo tironea entre un decir y un cuerpo afectado en ese eco. Que no quede atropellado por el lenguaje, que cada tanto pueda servirse de él. Parece difícil o utópico. Más difícil es lo contrario, o la tibieza mortecina de los supuestos rebeldes, cómplices encaprichados, o los desentendidos que creen que con ocuparse de lo suyo “la cosa anda”.
“”La gente” lo sabemos es una figura opaca de cuyo uso electoral se ha abusado; también se hace de “el pueblo” emblema partidario. Mencioné antes a Rodolfo Kusch; su “sujeto cultural” latinoamericano es un sujeto para el cual no todo es precio, cuyos lazos sociales resisten; si estos navegan por internet, sobreviven aún cuando porten nuevos vestidos y diferentes máscaras” (Lecturas de una Argentina. Con Lacan, p 65, C. Gonzalez Táboas)
Otra de las cuestiones que aparecen en las supervisiones es el lugar de un psicólogo, practicante del psicoanálisis en los equipos de salud. ¿“Esenciales” o “no esenciales”? ¿Qué lugar ahí? ¿Para qué? Supongo que es una gran oportunidad para afinar lo político. Para ajustar nuestra oferta. Para repensar ¿qué es la salud y la salud mental?
Curar es un imposible. Cierto. ¿Curar de qué es imposible? En una conferencia en el 78, Lacan sostiene que el extraño forzamiento que nos hace reinventar el psicoanálisis hace que ese truco cure. ¿Cure qué? La neurosis, la perversión y hasta la psicosis, dice.
¿Cuándo hablamos de cura alguien piensa en curar del infortunio corriente? ¿Del dolor de existir? ¿Alguien piensa que sería una cura eterna? Los creyentes de lo eterno, de lo natural, del poder establecido anuncian que no hay cura. En ese punto imposible, ¿podremos distinguirlo de lo posible? Tener otra posición frente a algo, sostener un deseo, ser feliz por vivir, ¿no es curarse de la miseria neurótica?
Un análisis cura.
El deseo del analista en su oferta-encuentro-acto con el deseo del analizante despabila de lo singular como potencia enlazada a lo colectivo, de la norma estéril, de las obediencias a las imágenes. ¿Es poco-mucho-nada? Deshojando la margarita hacemos de la causa oráculo.
*Salud, un derecho humano. De los universales que convendría sostener. Incluyendo sus torcimientos.
Luego está el problema de la salud. La salud es colectiva: pública, privada, semiprivada, semipública, es colectiva.
Macron se disculpa en público por haber entendido como gasto una inversión. Los muertos apilados sin ceremonia no consumen. Macri declara el populismo mata más que el virus. Puede ser. ¿Habría que ver que es populismo para quien fuera nuestro presidente y también si se trataba de ver quien mataba más, ¿no?
La salud, colectiva, es un derecho. El acceso a la salud es un derecho. Luego discutimos que es salud. Se viene haciendo. La salud mental es el nombre que viene teniendo la posibilidad de que los analistas estemos en los hospitales, centros de salud, escuelas. Salud mental es un nombre que tiene efectos arma una legitimidad, un espacio, implica cargos, rentas, nombramientos; también atropellos y trabajo sin remuneración. Como nombre, (que toca lo real, ya que inventa un lugar que alguna vez, y no hace tanto, no existía), digo como nombre, en tanto ficción, no es el mejor. Lo mental es casi lo contrario de la salud en el sentido del deseo. Implica el pensamiento obsesivo, la debilidad de la creencia en el yo autónomo, el peligro de suponer una realidad fija y luego habitarla a gusto.
Pero…es que hay algún nombre que no sea desajustado? ¿Qué no sea un forzamiento torpe? Como sutura de un vacío el nombre dando existencia falla. También es el ABC del psicoanálisis: no hay acceso a la cosa, esperar que ese acceso que no existe sea exacto es brutal.
Luego habrá que animarnos a darle vida a esa palabra. A torsionar su ética, a defender el espacio creado por los maestros que, con su decidida y generosa autoridad, nos abrieron camino en la Argentina, en Buenos Aires que es el lugar donde trabajo.
A cuento de esto pienso en los ideales. Claro que no potencian el deseo los ideales de la neurosis, más bien son la excusa para acobardarlo en su especularidad. Pero ¿eso implica el cinismo desencantado? Ese cinismo es un ideal extendido que no responde a un análisis, ni siquiera a la política del psicoanálisis, es más bien la ilusión de autonomía de la que el sujeto moderno hace alarde.
Hasta que llega la pandemia, lo fuertemente incierto, la realidad resquebrajada, la niebla cayendo sobre el porvenir. Ensayo sobre la ceguera es una novela de José Saramago que alude a una sociedad donde por una extraña enfermedad todos se van quedando ciegos. ¿Es lo que pasa ahora? ¿Es lo que venía pasando? ¿Es lo que pasará después? Por ella el autor ganó el Premio Nobel de Literatura y se lo dedicó a sus padres y abuelos analfabetos.
Me pregunto si será la ocasión de un despertar. No se puede saber de antemano. Recuerdo a Deleuze: “no es momento de esperanza ni de temor, hay que resistir”.
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