“Quiero tiempo pero no tiempo enjaulado.
Tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor me lo da envuelto y no enjaulado
Dentro de un despertador.
Maria Elena Walsh
Jugar… Aún.
El tiempo nos tiene a todos atravesados. Los días ya no se inauguran con el despertador sino con la trama singular que teje cada familia frente a esto inédito que irrumpió de manera abrupta. Cada sujeto podrá ir transitando esto tan trascendental desde su historia particular y emergerán distintos modos de plantarse frente a la angustia y la incertidumbre que esto des-ata.
Esta situación que nos pone a pérdida y desde todos los lugares posibles, nos convoca a preguntarnos ¿Cómo hacen los niños frente a ello si están atravesados por la misma coyuntura?
Están inmersos en un universo simbólico que los precede y así como el adulto pone a jugar sus mejores cartas psíquicas, el niño, las pone “a jugar” también.
El juego es inaugural, espacio donde se apropia de la realidad.
El niño que juega crea un mundo de fantasía. No solo se divierte. En esas escenas de ficción que monta, enmarca el mundo. Lo metaforiza y puede a través de eso plasmar y elaborar sus miedos y angustias. Le dará la posibilidad de armar un borde. Borde entre el universo exterior y su universo psíquico. Allí va a procesar todas sus preocupaciones.
Los primeros juegos, que son a partir del encuentro con el cuerpo materno, lo habilitarán más adelante a fundar un espacio por fuera. Así el “jugar” tiene un papel constituyente donde se instituirá la relación y el encuentro con otros. Tan necesaria.
El niño que no juega no podrá construir ni transformar la realidad que se le presenta.
El encuentro con otros tiene un estatuto creador. Es esencial para cualquier sujeto y hoy en aislamiento toma otras dimensiones. ¿Cuántos adultos vemos que procesan la angustia del encierro (como el niño lo hace al jugar) propiciándose de un “espacio exterior” desde las redes?
Es preciso que el niño también siga “encontrándose” con otros. Que los pueda ver, hablar y escucharles la voz. Mantener de alguna manera ese mundo cotidiano del que era parte. Un lugar que le permita seguir articulando presencia-ausencia, un adentro-afuera, un cerca-lejos.
Un entramado que contenga y que además habilite a la palabra. Porque la palabra, como el juego, alivia.
La escuela, los amigos, los abuelos. Esos otros que acompañan la crianza. Ese exterior tan necesario hoy se reinscribe. Hay que inaugurarlo. Crearlo. Posibilitarlo. Sostenerlo. Porque aunque haya pérdida y ausencia, no significa que los vínculos desaparezcan ni que todo esté perdido.
El niño necesita tramitar su angustia también. Necesita jugar aún, en tiempos de pandemia.
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