“Más allá del Narcisismo, el Amor”
Yo, Tú. Él y Todos Nosotros.
Quien haya leído a Freud le resultará conocida la parábola de los puercoespines del filósofo Schopenhauer: Un grupo de puercoespines se agrupaba en un frío día de invierno para evitar congelarse, calentándose mutuamente. Sin embargo, pronto comenzaron a sentir unos las púas de otros, lo cual los obligó a volver a alejarse. Cuando la necesidad de calentarse les llevó a acercarse otra vez, se repitió aquel segundo mal; de modo que anduvieron de acá para allá entre ambos sufrimientos hasta que encontraron una distancia mediana en la que pudieran resistir mejor. La necesidad de compañía nacida del vacío y la monotonía del propio interior impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables les vuelven a apartar unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres. Los seres humanos a veces somos como los puercoespines en invierno, si nos alejamos mucho nos morimos de frío, pero si nos acercamos demasiado, nos pinchamos. Habrá que encontrar esa distancia óptima entre el yo y el otro, entre el narcisismo individual y el amor al semejante, entre lo familiar y lo extraño.
En estos días el covid19 ha modificado la relación con el tiempo, el espacio y la percepción del otro, así como ha incidido en la modificación del encuadre en los tratamientos. El aislamiento social obligatorio cortircuitó lo ordinario de nuestras vidas, y de la noche a la mañana tuvimos que renunciar a cierta cotidianeidad. “Quedarse en casa” es hoy el imperativo categórico, máxima universal ante la emergencia, que nuclea a todos los yoes en un nosotros que hace lazo social e inviste un sentido de pertenencia comunitaria. Para cuidar a los demás pero también a nosotros mismos tuvimos que parar la máquina, renunciar a los intereses personales, y adaptarnos rápidamente a una situación social traumática. Al estilo de los puercoespines tuvimos que refugiarnos en nuestras guaridas, las cuales no son todas iguales ni constituyen para todos un buen refugio.
Escucho la angustia de mis analizantes, no es fácil soportar el encierro, no es sencillo transitar la pérdida de los espacios propios. La emergencia colectiva fuerza lo más singular, efectos tópicos, económicos y dinámicos en la subjetividad, sensaciones de ahogo, y falta de intimidad. La hiperconexión inunda, la desconexión desvitaliza, formas actuales del padecimiento que no encuentran un punto de equilibrio. Hiperalarmados o dormidos. Se hace necesario construir una distancia óptima, juntos pero no invadidos, separados pero no aislados. Crear, inventar o buscar espacios de intimidad en condiciones a veces imposibles. Hablar con otros como formas de combatir el aislamiento, bordear, limitar e intentar poner un filtro a la angustia. “Me doy cuenta que siempre viví en cuarentena” dice un analizante a quien el lazo con el otro oscila entre la parasitación y la expulsión, “qué bueno que me viniste a visitar” me dice un niño a través de la pantalla en una videollamada, mientras me muestra todas las protecciones y lugares seguros de su casa, y con el que inventamos nuevas formas de amortiguar los efectos psíquicos del aislamiento físico. Construir otros interiores intramuros, bordear lo insoportable sin caer en el vacío, un espacio intermedio donde se protejan juegos y sueños. La transferencia puede ser una salida, y un límite.
En El malestar en la cultura Freud plantea las renuncias pulsionales que conlleva la vida en comunidad, el miedo a perder el lazo amoroso, la necesidad y dependencia de otro modifica comportamientos y hace que el individuo se ajuste a las normas, no sin algunas resistencias pues siempre implica ceder alguna satisfacción personal. En el caso actual que implica un cese abrupto y una interrupción drástica de la vida hay un plus, un exceso de malestar o Malestar sobrante como lo llamó Silvia Bleichmar, para el cual no todos estamos preparados. Dejar de salir, dejar de consumir, dejar de trabajar, no poder ver a los familiares o amigos, dejar de ir a estudiar no son renuncias pulsionales sino un quiebre en la continuidad del existir al que cada cual un hace frente como puede. Es una tensión entre lo interno y lo externo, lo íntimo y lo éxtimo, donde paradójicamente deponer intereses personales, detener el movimiento vital implica cuidar la vida.
Por eso en esta coyuntura necesitamos modificar nuestro cotidiano para seguir viviendo, eso implica re-pensar, re-inventar formas de contacto, recrear nuevos dispositivos de atención, modificar encuadres, apostar al vínculo más allá de las fronteras, buscar las maneras de estar conectados aún en situaciones donde se nos exige preservar la distancia y la falta de contacto físico para no dañar al otro, como puercoespínes.. Ante los cambios en las reglas de la hospitalidad es menester encontrar otras maneras de ser hospitalarios. Nuevas formas de resistir el miedo a la soledad, y el pánico ante la incertidumbre.
Dice Freud: El egoísmo no encuentra un límite más que en el amor a otros. El amor es “el principal factor de civilización, y aún quizás el único, determinando el paso del egoísmo al altruismo”.
A veces el amor puede ser una salida y un motor frente a situaciones de encierro, amor al semejante, amor al saber, amor de transferencia, amor al psicoanálisis. Poder escribir, poder pensar en otros y sabernos pensados por otros, sentir que existimos en la cabeza de alguien más y que aún en la soledad no estamos solos es lo que permite mantener la confianza y la esperanza en tiempos de angustia e incertidumbre.
Lic. Ariana Lebovic
Psicoanalista.
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